lunes, 9 de noviembre de 2009

Este de Alemania a mis 10 años

Fábrica de tractores en Schönebeck, Magdeburgo. 1967.

Con apenas 10 años en 1994, mi padre me invitó a acompañarle un verano recién terminado el curso, hasta Alemania, en donde comenzaría un programa de investigación entre su empresa y otra germana. Ilusionado acepté, esperando ver ese gran país que tanto admiraba mi padre por su pujanza empresarial, seriedad y modernidad. Y así fue, a cada kilómetro recorrido, pues fuimos en coche, me asombraba más de la autobahn, de ver el tren de alta velocidad sobre puentes que creía imposibles, la grandeza del Skyline de Frankfurt am Main, etc. Pero la sorpresa llegó a mitad de camino.

A punto de llegar a nuestro destino, Schönebeck cerca de Magdeburgo, en torno a la ciudad de Helmstedt, vimos al lado de la carretera una explanada de proporciones faraónicas con alambradas y puestos de control abandonados... esa debe ser la antigua frontera Iñigo... entonces mi padre me empezó a contar la historia de las dos Alemanias por entonces recién reunificadas. Lo cierto es que solía ser mi madre la que me instruía en historia, arte y cultura general, mientras que mi padre me educaba a base de viajes, de mostrarme la vida de la forma más práctica, enseñándome los retos del día a día de un modesto empresario que se abría camino a base de horas de trabajo. Juntos descubrimos los efectos de la dictadura comunista de la República "Democrática" Alemana. Justo tras esta imagen, paramos a comer en un pueblecito de enorme encanto que estaba en sus fiestas locales, con bandas ¿tirolesas?, cerveza sin límites y bailes pintorescos. Lo que nos dejó anonadados es que para acceder a él, tuvimos que circular por la vieja carretera que aun tenía carteles que anunciaban su uso periódico militar con un cartel: "peligro tanques".

Ya en nuestro destino y tras la primera reunión de trabajo (recuerdo que nuestros anfitriones calcularon que duraría dos horas y sorprendentemente así fue, dos horas exactas en las que yo descubrí junto al amigo que nos acompañaba el imponente río Elba), nos hablaron un poco del ruinoso aspecto que tenían las empresas que nos rodeaban: esa es una antigua fábrica de tractores que llegó a emplear a 2000 trabajadores (imagen), tras la caída del muro cerró... esa es una empresa que fabrica pintura, ha pasado de 400 a 100 trabajadores... esa otra... y un largo etc. Signos clarísimos de como se pasó de un día a otro de la era industrial, ya superada a este lado del telón de acero, a la post industrial sin anestesia alguna. Un choque cultural y una crisis económica que aun hacía tambalearse a una sociedad oriental teutona desorientada, desanimada y al borde del abismo. Las dos Alemanias estarían unidas políticamente, pero socialmente la brecha era más que patente.

Esa noche cenamos y dormimos en un precioso hotelito al borde de un pequeño lago cerca de la ciudad. Era digno de postal, con un denso bosque que guarecía las tranquilas aguas plagadas de aves de toda clase y unas cómodas playas en la que otros niños jugaban, pero algo rompía la serenidad y es que si alzabas la mirada sobre la copa de los árboles, aun se veía una torre de vigilancia recuerdo del control absurdo que militarmente se tenía de la población durante la era comunista. Igualmente existían puestos de estos en los cruces principales de aquella modesta urbe.

Finalmente antes de irnos cenamos por nuestra cuenta, sin intérprete, en un restaurante regentado por un chaval joven que cansado de no encontrar trabajo se había establecido por su cuenta. Fue divertidísimo para todos intentar pedir una ensalada y un filete con patatas... ¿kartofen friten?... y es que nos habían advertido que al contrario de en el occidente, el nivel de inglés o cualquier otro idioma era casi nulo, pues para evitar la contaminación occidental, el gobierno tiránico del Este prohibía el aprendizaje de otros idiomas.

BERLÍN

Tras las jornadas de trabajo y tan cerca como estábamos de la capital, decidimos ir a verla antes de regresar. Aun nos reímos recordando como nos confundimos y pasamos por debajo de la puerta de Brandemburgo con la furgoneta alquilada con las palabras "Murchante Navarra" escrita en el lateral y la banda sonora de claxon de los taxistas capitalinos de acompañamiento. Pero ese Berlín distaba mucho de ser el de hoy. La cicatriz del muro era advertida por la cantidad de obras que querían borrar su existencia suplantándolo por edificios, avenidas, centros oficiales de la reunificación, etc.

A mitad de tarde nos sorprendió una sirena como las que escuchamos en los documentales de bombardeos de la II Guerra Mundial y nos advirtieron que habían encontrado en uno de esos solares una antigua bomba del conflicto armado sin estallar y que debíamos abandonar la zona. Toda una aventura de viaje a mis tempranos 10 años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario