sábado, 24 de octubre de 2009

¿Es el fin de la cabezonería de Enrique VIII?

Catedral de Canterbury.

Uno de esos designios de la historia llenos de mimiedades de gran importancia, fue el que originó el cisma de los británicos con la iglesia de Roma. La sin razón de Enrique VIII y la brillantez de Ana Bolena, hizo que el monarca inglés tratase por todos los medios de divorciarse de su primera esposa Catalina de Aragón, aunque eso le costase la enemistad del auténtico protector de la fe católica Carlos I de España y V de Alemania. A tal punto llegó la obstinación por repudiar a su esposa y tomar a Ana en matrimonio con la esperanza de que esta sí le diese un hijo varón, que el Papa terminaría por excomulgarle, comenzarían las tensiones anglo españolas e incluso, los monarcas Tudor crearían una iglesia propia que les permitiese hacer lo que quisiesen con ellos como sumos pontífices. Había nacido la iglesia anglicana.

E Inglaterra lo sufriría, pues perdería a Tomás Moro, comenzaría un periodo de guerras que casi terminaría con las arcas públicas del reino y solo Neptuno evitaría la invasión hispana de la isla.

Desde el siglo XVI, el Reino Unido ha sabido mantener estos hechos diferenciales desde su posición aislada de la Europa continental, pero la terquedad de su carácter empieza a ceder. ¿Pero para bien, o no?. Ha sido chocante como la Iglesia anglicana tomó, no hace mucho, la determinación de ordenar sacerdotes a mujeres y homosexuales confesos, algo por otra parte que no encuentro reprochable, pero que ha sacudido las bases de los más conservadores fieles. Tal ha sido el debate abierto, que se cifra en medio millón de anglicanos los dispuestos a regresar cinco siglos después a la doctrina católica, junto a muy importantes obispos y clérigos. A lo que Roma ha respondido con los brazos abiertos y mostrando su disposición a crear una infraestructura en Inglaterra, celebrando la llegada inesperada de tanto nuevo fiel, cuando están acostumbrados a perderlos por el ateísmo, o las iglesias evangélicas. En vez de suspender el boto de castidad (impuesto en el siglo XII) o permitir la igualdad de sexos, la Iglesia católico celebra y aplaude las posturas más intransigentes.

Algo parece cambiar en las islas, pues no se muestran tan confiados en su otro hora potente Libra, desconfían de la guía espiritual de su Reina y parecen acatar su papel menos relevante en la escena internacional... lo que no cambia son las historias célebres de alcoba de los miembros de la casa real, en eso siguen pareciéndose a Enrique VIII.

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