Descansar al borde del océano Atlántico, en lo que se conocía como Finisterra (el fin de la tierra) y orientado siempre a poniente, puede parecer un lujo al alcance de muy pocos, pero la obra del gallego César Portela se corresponde con un cementerio que tras muchos años por fin es municipal (noticia Voz de Galicia).
Las reflexiones acerca del eterno descanso, de cómo era entendido este en el mundo neolítico o en el egipcio, siempre encarado hacia el Dios Sol y su lugar de escondite. La importancia del mar en la sociedad más marinera de España y de los misterios que este entraña, así como la conexión que un gallego siente con él (mi hijo mayor vive aquí cerca, en Buenos Aires, pero el menor en un sitio extraño... ¿Franckfurt?... palabras de un abuelo gallego). Son bien interpretadas en esta obra simple y compleja, con la simple utilización de unos volúmenes cúbicos graníticos.
El problema viene cuando las instituciones regionales, quienes fomentan la obra, y las municipales, quienes no la aceptan, discuten eternamente por ella. Supuestas molestias por su ubicación, su poca cobertura de la impetuosa naturaleza del clima y el tradicionalismo de la región más rural de la península, hacen difícil su aceptación por la población. ¿Quién es el auténtico culpable, el arquitecto que atiende más a la poética de la obra y la hace inconfortable, o el ciudadano que rechaza sin comprender la instalación?.
Noticia y debate abierto: proyectosinergias
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