Mosaico encontrado en Pompeya que muestra la carga de Alejandro Magno (Izquierda) sobre Dario III (en el carro) durante la batalla de Gaugamela.
Son muchas las ocasiones que la guerra ha mostrado, dentro del horror de esta, gestos de bondad y caballerosidad que sirven de ejemplo para aquellos que empuñan las armas. Pero tampoco son pocos los actos de locura y extremada crueldad que aun hoy nos estremecen.
Alejandro Magno, antes de lanzarse a su aventura asiática, tuvo que hacer frente a una coalición griega liderada por Tebas, a la cual venció. Una vez ante las murallas de la ciudad, no pudo evitar que sus aliados helenos se lanzasen a la destrucción de la "polis" en venganza por guerras pasadas. Pese al horror, logró salvar la casa del poeta Píndaro, por la admiración que el macedonio sentía hacia él. Tras este hecho, el Magno se mostró siempre respetuoso con los enemigos y sus culturas, aprendiendo de ellos, con especial mención a la ciudad de Babilonia. Sin embargo, en Persépolis las tropas emborrachadas de éxito y alcohol, produjeron un incendio que se descontroló hasta arrasar toda la urbe.
Los romanos no se mostraron nunca tan respetuosos con sus enemigos. La palabra bárbaro, que en latín significaba extranjero, aun hoy mantiene connotaciones negativas. Testimonios de ello pueden dar los judíos y su muro de las lamentaciones, grandes personajes como Arquímedes quien muriese en el asedio a Siracusa, o los restos de la única ciudad que rivalizó en poder con Roma, Cartago. El odio a esta última fue tal, que tras ser tomada, arrasada, quemada y aniquilida la población, Escipión ordenó que no quedase piedra sobre piedra y después se rociase todo el terreno con cal viva, para que ni la más insignificante planta pudiese nunca crecer en ese suelo.
Sin duda alguna, han sido las religiones las que nos han aportado los ejemplos más contradictorios, pues lo que en principio se creó para hacer el bien, termina siendo la escusa para justificar algunas de las mayores atrocidades que se han perpetrado, con frases como: ¡Dios lo dispone!. Es el caso de Arnaldo Amalric, arzobispo de Narbona y legado papal. Este clérigo, inquisidor por excelencia, en su persecución de los cátaros y ante la ciudad de Beziers que según él los acogía, ordena tomar la localidad y exterminar a toda la población. Ante la orden, uno de sus comandante le replica que en Beziers también hay un gran número de fieles católicos, a lo que el Arzobispo responde con una de las frases más horripilantes de la historia: ¡matarlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!
Asedio de San Quintín 1557, Francia.
Los españoles también hemos aportado un gran número de páginas a esta historia y no siempre con las mejores conductas: el saqueo de Roma y la colonización de Amércia, por ejemplo. Sin embargo, otras muchas honran nuestro pasado. La más curiosa que puedo recordar, y claramente comparable con el suceso de Alejandro en Tebas, es el episodio que protagonizó Felipe II durante el asedio a San Quintín. En 1557, durante la campaña que aun hoy recuerda el monasterio del Escorial, los franceses situaron piezas de artillería sobre las torres campanario de la iglesia. El monarca español ante la situación, hizo que un arquero inglés lanzase una flecha con un mensaje, en el que pedía a los defensores que retirasen los cañones, para así no verse obligado a bombardear un templo del que había oído que era especialmente bello. Los galos atendieron a la demanda y retiraron de inmediato la artillería.
Pero si ha habido una época en la que hemos comprobado el horror que es capaz de ejercer el ser humano, este ha sido el siglo XX. En la película "El Hundimiento", podemos comprobar como un enajenado con un poder incuestionable, es capaz de lanzar a la muerte a todo un pueblo, niños incluidos, mientras dirige ejércitos imaginarios desde la soledad de un bunker, incapaz de ver y comprender la realidad, sin olvidar todas las atrocidades que ya había perpetrado... cómo me suena esto, parece que estoy hablando del periódico de hoy.
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