Atesorando las primeras experiencias profesionales, empiezo a comprender la realidad de la profesión de arquitecto y sobre todo, la responsabilidad que acarrea diseñar las viviendas de nuestros clientes.
Y es que ayudando a hacer un peritaje en una promoción de viviendas, vi con mis propios ojos como un mal diseño y un constructor con pocos escrúpulos, pueden conjurarse para hacer de tu hogar, la peor de tus pesadillas.
Dos frases escuché esa mañana que se me quedaron gravadas:
Los diseños de los arquitectos, son las obras de las que se tienen que defender los usuarios.
Una reflexión que en este caso era a todas luces comprensible. Ya desde la entrada veíamos cómo era extraño el vecino que no había instalado un pequeño tejadillo encima de la puerta de entrada, pues en una región en donde acostumbra a llover, resulta incómodo no poderte refugiar mientras buscas las llaves en el abarrotado bolso. Y como segundo apunte, destacar la terraza que en planta primera disfrutaba de toda la fuerza del viento, algo a todas luces previsible, teniendo en cuenta que en dos kilómetros a la redonda existen otros tantos parques de aerogeneradores.
Para tener un buen edificio, hacen falta un buen arquitecto, un buen cliente y un buen constructor.
Y en las viviendas que visité no existían ninguna de las condiciones (el cliente es el promotor, no el que finalmente habita la casa). Humedades, condensación en las ventanas, carpinterías que dejan pasar el aire y un sin fin de problemas.
Un día en el que aprendí más que en semanas enteras de universidad. También de los errores se aprende, pero ante todo, aquella jornada me hizo comprender la responsabilidad que tenemos al diseñar los edificios que después los usarios han de disfrutar y no sufrir o defenderse de ellos. Al diseñar una promoción de viviendas hemos de tener en cuenta que en ellas vivirán después todo tipo de personas, con sus sueños y esperanzas, aunque nunca lleguemos a conocerlas.
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